El explorador noruego Roald Amundsen y el británico Robert Falcon Scott escribieron una de las páginas más trepidantes y emotivas de las grandes conquistas del territorio. Ambos se embarcaron en 1911 tras el objetivo de dirigir la expedición que por primera vez pisara el punto más austral del planeta, y así conquistar el Polo Sur. Compitieron entre ellos y lucharon contra un rival imponente, la Antártida y sus condiciones climatológicas extremas. Un mes antes de la llegada del británico, Amudsen alcanzó la meta el 14 de diciembre de 1911. Más tarde la tragedia se cerniría sobre la expedición británica, que pereció en su intento de regresar a casa.
Javier Cacho Gómez, responsable de la Unidad Científica del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA), que ha participado esta semana en el ciclo de conferencias «A ciencia cierta», gratuito previa inscripción, patrocinado por Cafés Lavazza, nos cuenta con más detalle este episodio de la historia que protagonizaron estos científicos aventureros. “Una lucha titánica entre dos equipos de hombres de muy diferentes mentalidades, culturas, preparación…” como la describe este científico, que se desarrolló en un continente como la Antártida, que hoy en día “sigue siendo aventura, la aventura del conocimiento, la aventura más propia del ser humano”.
– ¿En qué consistió esta ‘lucha’ épica que fue la conquista del Polo Sur?
Fue una lucha titánica entre dos equipos de hombres de muy diferentes mentalidades, culturas, preparación…por alcanzar el mismo objetivo: el Polo Sur, el único punto significativo del planeta que quedaba por “conquistar” en la terminología que se usaba en aquellos tiempos. Tres mil kilómetros de marcha sobre un desierto helado, inhóspito y desconocido, que no ofrece el más mínimo recurso para alimentarse y teniendo que desafiar unas condiciones meteorológicas dantescas. Una marcha de unos tres o cuatro meses de duración en la que tenían que llevar consigo, además de todo su equipamiento personal, todas las provisiones que iban a necesitar.
Es tal la magnitud del desafío que acometieron que tuvo que pasar casi medio siglo para que otro equipo de hombres se atrevieran a repetir la marcha. Y cuando lo hicieron, viajaban con vehículos orugas, estaban en contacto permanente mediante radio con los equipos de apoyo y utilizaron aviones para identificar la mejor ruta a seguir.
– ¿Qué es lo que más le fascina de esta historia de competición y superación?
La decisión para acometer una empresa de tales dimensiones, el valor para enfrentar lo desconocido, la capacidad de liderazgo para conseguir que sus hombres les siguiesen. Por eso me gustaría transmitir, tanto con mi libro como con la conferencia, mi profundo respeto hacia esos hombres -hacia todos ellos- por lo que fueron capaces de hacer. Vivimos en una época en la que nos creemos muy abiertos de pensamiento, pero luego nos recluimos en decisiones extremistas: Amundsen versus Scott. Nos obsesionamos con buscar “al mejor” y luego arrojamos sobre el otro todo tipo de diatribas. Eso es una visión muy simple de todo lo que allí aconteció. Y no es en absoluto justa para sus protagonistas.
– Uno consiguió la conquista, el otro murió en la hazaña. Ambos quedaron en la historia.
Sí, es el único caso en la historia en que se recuerda al segundo casi al mismo nivel que al ganador. Se reconoce a Amundsen, y a sus hombres, como los grandes profesionales que ganaron esa épica carrera; pero al recordar a Scott, el mundo también ha querido rendir tributo al doble ejemplo que dieron los ingleses: por una parte al no abandonar a sus heridos (aun poniendo en peligro sus vidas) y después a la forma en que enfrentaron la muerte, que a fin de cuentas es la última aventura que todos tenemos que pasar.
Por lo tanto, a mí me parece justo que los dos equipos de hombres, o sus respectivos líderes como solemos caracterizarlos, alcanzasen la gloria. Uno por su valía como explorador, otro por su gallardía como hombre.
– ¿Qué motivaciones considera que pudieron empujar a estos exploradores?
Las motivaciones eran las mismas en los dos casos: esa sed, esa ambición insaciable del ser humano por llegar a donde nadie antes ha llegado. Ese orgullo embriagador de alcanzar lo que nadie ha sido capaz de lograr. Esa curiosidad imparable por querer saber, por indagar en lo desconocido. Somos una especie extraordinariamente competitiva, posiblemente, genéticamente competitiva, y mientras exista un desafío que nadie haya logrado, habrá hombres dispuestos a arriesgar su vida para intentarlo.
Después, en consonancia con la mentalidad de la época, estaba el añadido de “conquistar” el Polo Sur como muestra de orgullo patrio.
– Una mezcla de orgullo nacional y curiosidad científica.
Es difícil adscribir a cada uno de los exploradores en esas dos categorías. En el caso de Amundsen, si bien es cierto que había orgullo nacional (aunque ni más ni menos que en el caso de Scott) se mueve más por la ambición personal de ser el primer hombre en conquistar el Polo Sur.
En relación a la curiosidad científica, si bien es cierto que Amundsen no manifestó un interés real en la ciencia, también es cierto que Scott planteó la carrera al Polo tan sólo como una carrera, sin nada de ciencia (esa la hacían los científicos que se quedaban en la base). Pero es verdad que al final la ciencia ocupó un lugar destacado en la forma en que percibimos la muerte de Scott.
– ¿Se puede decir que el rigor ganó a la pasión?
Sin lugar a dudas. Nos encontramos con dos modelos muy diferentes de exploradores. El británico Scott era lo que podríamos llamar un explorador de la época, alguien a quien las circunstancias le llevaron a ese mundo de hielo y allí, a fuerza de pasión, trató de hacerlo lo mejor posible, como es el caso del francés Charcot, del belga De Gerlache, del alemán Drygalski o del sueco Nordenskjold, que en los albores del siglo XX protagonizaron importantes expediciones a la Antártida.
Sin embargo, el noruego Amundsen era un explorador muy avanzado para la época, es el primer explorador al que se puede añadir la calificación de “moderno”, el primer explorador auténticamente profesional de la historia. Y claro, la profesionalidad ganó, no podía ser de otra manera.
– Este episodio es un ejemplo de duelo entre el hombre y la naturaleza, ¿a que circunstancias relacionadas con el territorio se enfrentaron?
En el caso de Amundsen, se enfrentó a una región desconocida para él y a una ruta completamente inexplorada hasta el Polo Sur. En esto le llevaba algo de ventaja Scott dado que conocía esa parte de la Antártida de su anterior expedición y a que recorrió la ruta abierta tres años atrás por Shackleton.
En todo lo demás se enfrentaron a circunstancias muy parecidas tanto desde un punto de vista geográfico: montañas, glaciares, grietas, cascadas de hielo… como en relación a las inclemencias del tiempo: tempestades, ventiscas, vientos helados, temperaturas entre -20 y -40ºC.
Después, evidentemente, el sistema de transporte noruego, en el que los perros tiraban de los trineos, les hizo más soportables los rigores de la marcha. Al igual que las prendas de abrigo de los noruegos eran más adecuadas para el frío que la de los británicos, lo que incidió negativamente sobre la resistencia de estos.
– ¿Qué supuso históricamente la carrera entre Amundsen y Scott al Polo Sur?
Históricamente fue el último punto significativo que quedaba en el planeta por alcanzar. Después de esto al ser humano ya no le quedó nada más en la Tierra y tuvo que salir al espacio exterior o pisar la Luna. Luego, en su momento, la conquista del Polo Sur tuvo un gran significado.
– Esta marcha épica tuvo resultados científicos en campos como geología, paleontología o climatología. ¿Nos puede exponer algunos?
Antes he comentado que ni Amundsen ni Scott se plantearon sus marchas al Polo como una oportunidad para hacer ciencia. Pero aunque eso fue así, los británicos tenían un interés implícito por la ciencia del que no pudieron desprenderse, aunque quisieran, cosa que no ocurrió con los noruegos.
Así, mientras que Amundsen prácticamente no toma ni registros de temperatura y posiciona su propia ruta con tal deficiencia que ha sido complicado saber exactamente por dónde avanzó. Los británicos eran marinos y posicionaron perfectamente la ruta, cartografiando parcialmente la zona, y llevaron a cabo rigurosas observaciones de la temperatura y del viento varias veces al día.
Después, una tarde, cuando regresaban del Polo se detuvieron a descansar varias horas en una morrena glaciar y allí descubrieron fósiles de plantas: la prueba constatable de que en la Antártida había habido otro clima que había permitido el desarrollo de un mundo vegetal exuberante. Comprendiendo la importancia de su descubrimiento (Wegener no publicó su teoría de la deriva de los continentes hasta dos años después) recogieron 16 kg de fósiles y muestras geológicas, que por expresa petición del Dr. Wilson arrastraron consigo hasta su muerte, aun sabiendo que con ello estaban hipotecando sus posibilidades de sobrevivir.
– Si la ‘lucha’ por la conquista del Polo Sur plasma como este territorio ha sido escenario de rivalidades, hoy vemos que precisamente la Antártida se ha convertido en ejemplo y símbolo de cooperación internacional…
Efectivamente, los tiempos de rivalidades y de reclamaciones territoriales han pasado para la Antártida. Afortunadamente, ahora existe un tratado internacional que la ha convertido en un continente para la Paz y la Ciencia. Y puedo asegurar que funciona, que se palpa el espíritu de cooperación y que allí se descubre en los demás el auténtico ser humano, con independencia de las barreras culturales, lingüísticas o los convencionalismos sociales. Es un lugar de encuentro donde acrecentar los valores humanos.
-Actualmente, ¿en qué campos trabaja la investigación en este territorio?
Son muchos y muy variados. En la Antártida la vida está al límite, por lo que los estudios biológicos sobre la abundante flora de sus costas y su escasa fauna puede proporcionar los secretos de la capacidad de adaptación a tan adversas condiciones.
Después tenemos los estudios meteorológicos, no podemos olvidar que la Antártida es una parte significativa del motor del clima mundial. Y en los últimos años tenemos los estudios de su manto helado para tratar de predecir la forma en que puede responder al calentamiento planetario.
– ¿Esconde aún hoy en día muchos misterios? ¿Qué retos supone aún?
Pues claro que esconde misterios. Entre los hielos a varios miles de metros de profundidad, se encuentran pequeñas burbujas de aire atrapadas allí hace decenas de miles e incluso centenares de miles de años y que nos pueden proporcionar el más largo registro de la historia del clima de la Tierra. Algo de suma importancia en este periodo en que nos enfrentamos a un calentamiento generalizado del planeta provocado, al menos parcialmente, por la desenfrenada actividad industrial.
Y claro, para obtener estas muestras, estos testigos de hielo, como se denominan, hacen falta las más modernas técnicas de perforación y soportar el clima más adverso del planeta, dado que las perforaciones se llevan a cabo en la parte central de la Antártida. Un desafío para hombres y equipos.
– En su opinión ¿qué diferencia principalmente aquellos científicos – aventureros de los científicos que trabajan hoy en día en misiones en la Antártida?
Pues mucho y poco. No podemos comparar las formas de transporte, ni las vestimentas, ni los alimentos, ni las tecnologías que se utilizan… en un siglo todo ha cambiado. Pero en ambos grupos de hombres, los de la aventura que conmemoramos y los científicos de la actualidad, late la misma curiosidad, el mismo espíritu de superación, la misma capacidad de afrontar sacrificios por lograr un objetivo. En la Antártida la ciencia sigue siendo aventura, la aventura del conocimiento, la aventura más propia del ser humano.
– Una de las diferencias más notables entre las expediciones de esa época y las actuales deben ser las comunicaciones. ¿Qué cree que suponen las nuevas tecnologías? ¿Se pierde un poco de ‘estoicismo’ en estas experiencias?
Efectivamente, las comunicaciones han representado el salto tecnológico con mayores repercusiones para aquellas pequeñas comunidades de exploradores/científicos que pasaron de quedar completamente aislados durante un año a disponer de un cordón umbilical que te permite conectarte con el mundo exterior, con tus amigos, con tu familia. Por mucho que lo intentemos creo que no nos damos cuenta de su importancia. A mí me gusta recordar que durante años, antes de que existiera el correo electrónico y las comunicaciones vía satélite, los norteamericanos enviaban un avión a la base que había instalado en el mismo Polo Sur, y a la que dieron el significativo nombre de Amundsen-Scott, para dejar caer con paracaídas (el aterrizaje era imposible) un paquete conteniendo las cartas que las familias habían escrito para el personal científico de la base. Un esfuerzo económico ingente, que implicaba un peligro real para la tripulación de los aviones, pero que proporcionaba un apoyo psicológico importante para sus científicos.
Por lo tanto, benditas sean estas nuevas tecnologías que nos permiten seguir haciendo nuestro trabajo sin sufrimientos adicionales, porque la vida en la Antártida es dura, muy dura, tanto desde un punto de vista físico, como psicológico. La sensación de aislamiento, de alejamiento de los seres queridos, es algo que penetra en el alma y hace falta tener un espíritu muy decidido para sobrellevarla. Por lo tanto, en nuestros días nuestros científicos han cogido el testigo de aquellos hombres que, este año hace un siglo, abrieron el camino hacia el Polo.
Y, finalmente, usted acaba de escribir un libro “Amundsen-Scott: duelo en la Antártida” donde narra toda esta apasionante aventura ¿Qué va a encontrar el lector en su libro?
El libro es una descripción pormenorizada de aquella carrera, de los hombres que la protagonizaron y de las tecnologías que emplearon, así como de los aciertos y de los errores de cada expedición. Hace un minucioso recorrido por las vidas de sus respectivos líderes, dado que su pasado proporciona las pistas para comprender mejor las decisiones que tomaron durante este épico viaje, acertadas unas y equivocadas otras.
El libro es una historia de sus ambiciones, de sus sueños, de sus mezquindades y de su generosidad. En definitiva, “la historia de unos héroes tan débiles y fuertes, tan valientes y cobardes, tan hipócritas y veraces como la mayoría de nosotros –como dice Manuel Toharia en la introducción del libro- pero que tuvieron un tesón fuera de toda norma, capaz de llevarles a realizar unas hazañas que nos están vedadas a casi todos sus congéneres”.
Más información sobre la carrera para conquistar el Polo Sur y Javier Cacho.