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Capitolina Díaz: «Las mujeres están relegadas de las posiciones de poder y de toma de decisiones en las organizaciones científicas»

Los datos que ofrecen organismos internacionales como la Comisión Europea no dan lugar a equívocos: la mujer sigue siendo discriminada por su condición en el ámbito profesional. La mujer accede a la universidad en mayor número que los hombres, se gradúan y doctoran antes, pero al llegar a la carrera académica, investigadora y laboral, la tendencia se invierte y comienza la segregación a la hora de ocupar puestos de responsabilidad, en los que se toman las decisiones importantes. Por eso suele decirse, y con razón, que la ciencia no ama a las mujeres. Por un lado las expulsa de la universidad y no las selecciona para los puestos científicos, sino que selecciona a hombres. Sin embargo, las mujeres sí aman la ciencia por el importante porcentaje de mujeres que entra en las universidades, aunque luego la institución les dé la espalda. 

Presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas, especializada en el ámbito de género y la ciencia, Capitolina Díaz participa hoy en el ciclo 'Mujeres de Ciencia' con una conferencia en la que descifrará algunas de las claves fundamentales de eso que se ha venido en llamar histéresis social. 

¿Cuáles son los objetivos de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas?
El principal objetivo es defender los intereses y la igualdad de derechos y oportunidades de las investigadoras y tecnólogas españolas. Pretendemos ser voz, foro de discusión y red de apoyo para todas las investigadoras y universitarias concienciadas en trabajar juntas para lograr la plena participación de las mujeres en la Investigación, la Ciencia y la Tecnología y en favorecer que tanto la Ciencia como la Tecnología incluyan a las mujeres en sus estudios (en sus muestras, en sus análisis, en la valoración de su impacto, etc.)

¿Por qué una asociación especialmente para mujeres científicas y tecnólogas?
Probablemente la mayoría de las más de 500 socias de AMIT es también socia de las asociaciones profesionales de su rama del saber, pero hemos encontrado que en ellas no se defienden los intereses específicos de las mujeres, bajo un manto de supuesta neutralidad, las mujeres son invisibles y no se las considera como corresponde. Por ello nos hemos visto en la necesidad de crear una asociación específica para defender los intereses de las mujeres de Ciencia. Asociación que por cierto, acepta y de hecho tiene hombres como socios.

¿Qué lugar ocupan las mujeres en las organizaciones científicas?
Como en el resto de la sociedad, las mujeres están relegadas de las posiciones de poder y de toma de decisiones en las organizaciones científicas. En estos momentos y a pesar de que ya llevamos décadas en las que se titulan o gradúan más mujeres que hombres, el porcentaje de mujeres en los puestos más altos de las universidades y de los Organismos Públicos de Investigación (OPI) es del 21%, sólo hay una rectora en las universidades públicas españolas y son hombres todos los directores de los 8 OPI existentes. Aunque podemos alegrarnos de que un centro de nivel mundial como el Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas –CNIO- está dirigido por una mujer, precisamente de nuestra Comunidad autónoma: María Blasco.

¿En qué consiste lo que denomina la histéresis social?
Vengo observando desde hace tiempo que el hecho de que, como decía antes, cada año se gradúen más chicas que chicos y que ya hayamos visto algunas mujeres recogiendo premios Nóbel, otras trabajando en cohetes espaciales o en profundidades submarinas y otras como ministras de educación o creadoras de software, parece que en la mentalidad social más extendida, la ciencia y la tecnología son cosa de hombres e incluso de hombres excéntricos. Tratando de entender este fenómeno me encontré con el concepto de histéresis, usado en la física. En física entienden por histerésis la cualidad de un material de deformarse cuando experimenta una presión y seguir deformado aun cuando la presión desaparezca. Entiendo yo, que al estar las mujeres alejadas de la ciencia y la tecnología durante siglos y siglos de patriarcado, la idea más extendida sobre las capacidades (intelectuales, creativas, técnicas, etc.) sufrió una presión discriminatoria muy notable. Tanto que ahora aunque las leyes nos han proclamado iguales y hemos conseguido igualarnos en muchos campos, entre ellos el del conocimiento científico y tecnológico, el peso de la histéresis social de género impide que socialmente apenas cambie la idea de la capacidad cognitiva de las mujeres. En resumen mantenemos una idea sobre las personas de ciencia obsoleta, producto del pasado no revisado ni puesto al día con los datos del presente. Conceptualmente sufrimos histéresis social de género.

Hace tiempo que veníamos usando, sobre todo en psicología, el concepto de resilience que es el opuesto: un material que se deforma por una presión, pero recobra su forma inicial una vez que la presión desaparece. Las mujeres tenemos resilience por lo que a pesar de haber estado sometidas y alejadas de la ciencia, una vez que la presión legal y de costumbre ha desaparecido, hemos puesto en ejercicio un cerebro y unas capacidades equivalentes a las de los hombres, porque son unas capacidades humanas (ni de hombre ni de mujer). Pero la sociedad apenas lo ve, las instituciones científicas tampoco y a eso le llamo histéresis social de género.

¿Cuál es la respuesta a la pregunta si la ciencia ama a las mujeres?
Es compleja la respuesta. Yo me formulé esa pregunta cuando entré en un famoso sitio de Facebook cuyo nombre se podría traducir por “Amo la ciencia” (“I fucking love science”). Ese sitio es una manifiesta declaración de amor por la ciencia de Elise Andrew. Pero tal y como la ciencia se ha desarrollado hasta hoy, no parece que ésta ame mucho a las mujeres. Además de la ya mencionada dificultad de las mujeres para alcanzar puestos de toma de decisión en las organizaciones científicas, el contenido de la ciencia no tiene en cuenta, de modo suficiente, a las mujeres. Ello sostiene la discriminación y puede causar daños, incluso muertes femeninas innecesarias. Véase, por ejemplo, el caso de los infartos de miocardio. Los síntomas conocidos del infarto son los síntomas frecuentes en hombres, pero los síntomas de las mujeres suelen ser diferentes. Pero son menos conocidos, las propias mujeres no los reconocemos a tiempo (por no estar difundidos) y en las urgencias, con frecuencia, tampoco son reconocidos. Por ello, aunque la incidencia de los infartos es mayor entre los hombres, la mortalidad femenina es mayor.

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