En abril de 1953 Francis Crick y James Watson anunciaron el descubrimiento de la estructura del ácido desoxirribonucleico (ADN). En un pequeño artículo de página y media publicado en la revista Nature, Watson y Crick cambiaron el mundo al proponer el modelo de la doble hélice para la estructura del ADN. Según el director científico de la Ciudad de las Artes y las Ciencias, Manuel Toharia “lo consiguieron a partir de sus propios trabajos de investigación y por ello recibieron el Nobel en 1962 junto al británico Maurice Wilkins, quién había desarrollado trabajos previos que les habían ayudado a culminar la tarea”.
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También, como recuerda Manuel Toharia “en esos trabajos previos una colega británica de Wilkins, la biofísica y cristalógrafa Rosalind Franklin, había avanzado más que ninguno a la hora de establecer al forma de la doble hélice del ADN. Al parecer, Watson y Crick consultaron, gracias a Wilkins, los trabajos de Franklin sin permiso de ésta, lo que les permitió alcanzar ventaja. Todo el mundo asume hoy que Franklin merece tanto o más mérito que los otros tres: de hecho, ya había descrito la molécula de ADN antes que lo anunciaran Watson y Crick. No pudo recibir el Nobel, aunque lo mereció más que nadie, porque falleció tempranamente, en 1958”
El código genético es el lenguaje universal de la vida que expresa cómo han de desarrollarse, cómo son, cómo funcionan y cómo se perpetúan todos los organismos, desde los más simples a los más complejos. Es un idioma común para todos los seres vivos que pueblan o han poblado el planeta. En el “Bosque de Cromosomas” del Museo de las Ciencias, 23 pares de cromosomas gigantes representan a gran escala, el genoma de la especie humana. En torno a cada par de cromosomas se desarrollan los módulos interactivos relacionados con genes concretos de cada uno de ellos y con su funcionamiento, además de numerosos paneles informativos que explican cuestiones relacionadas con la Genética y, en general, con la vida vegetal, animal y humana.
Cada organismo se caracteriza por su propio “manual de instrucciones” que llamamos genoma. Dentro de una misma especie, los genomas de cada individuo son ligerísimamente diferentes. Cada una de las células de un organismo contiene un ejemplar de ese conjunto de instrucciones. Es como una extensa biblioteca cuyos libros –los genes- contienen toda la información que el individuo necesita para formarse, nacer, vivir y reproducirse. Estos libros, cuyo texto está escrito en el lenguaje del ADN, se almacenan en determinadas ocasiones, por ejemplo cuando la célula se reproduce, en un número fijo de estanterías –los cromosomas.
Paseando por el “Bosque de Cromosomas” podemos descubrir cuánta agua forma parte del cuerpo, cuáles son nuestros componentes químicos, qué nos permite escuchar o dónde va la sangre cuando sale del corazón. Y nos sorprendemos con la velocidad de un simple estornudo o el número de genes que nos diferencia de un ratón. Y aprenderemos que el dolor le permite al paladar detectar el sabor picante o por qué los hombres son más proclives a ser daltónicos que las mujeres. Y así hasta 150 módulos interactivos referidos a los genes y sus funciones en los seres vivos.
“Nuestro Bosque de Cromosomas”, explica Manuel Toharia, “es todo un homenaje a la historia del genoma, en general, y de la estructura química del ADN en particular. La secuenciación del genoma humano por Craig Venter, publicada en 2003 –medio siglo después del anuncio de Watson y Crick-, en realidad no era del todo precisa ni completa. Todavía hoy, en 2012, ignoramos cuál es el número exacto de genes del género humano, pero probablemente es inferior a 25.000. Con todo, los pasos iniciales de la ingeniería genética muestran cuál va a ser el futuro, sin duda brillante, de la compresión de las bases fundamentales de la vida, y de las aplicaciones a la salud y a muchas otras actividades humanas que puede tener en los próximos años”.
La visita guiada al “Bosque de Cromosomas” también incluye para estudiantes de secundaria el taller “Extracción del ADN” donde se aísla esta macromolécula y se da a conocer su composición, estructura y propiedades y lo qué ha supuesto su descubrimiento en la evolución posterior de las ciencias biológicas. Además, la Calle Mayor del Museo acoge una representación artística del ADN mediante una representación espectacular en forma de escultura de 15 metros
