La Luna ha formado parte del imaginario colectivo desde siempre. La exploración espacial ha dejado atrás mitos y leyendas y los ha sustituido por ingentes cantidades de información. A partir de esos datos, los científicos, como si de detectives se tratara, han desvelado un pasado digno de las mejores películas de Hollywood.
El relieve lunar está dominado por cráteres de impacto, algunos tan pequeños que se miden en micras otros abarcan cientos de kilómetros. Nuestro satélite también tiene mares, pero a diferencia de la Tierra, los de la Luna son extensas planicies basálticas donde no encontraremos ningún rastro de agua. Estas extensiones oscuras fueron bautizadas con nombres tan elocuentes como el mar de la tranquilidad, el océano de las tormentas, el mar de la fertilidad… Los geólogos deducen la edad aproximada de una región a partir del número de cráteres: las superficies que tienen muchos son geológicamente antiguas, mientras que las que tiene pocos cráteres son mucho más recientes.
Hoy sabemos que la Luna es un mundo hostil, la falta de atmósfera lunar desencadena variaciones térmicas extremas; en la cara iluminada encontramos temperaturas que rozan los 130 grados centígrados mientras que en la sombra, la temperatura se desploma hasta los 170 grados bajo cero. Nuestro satélite es un lugar extraño; por ejemplo, nunca se verá un atardecer en la Luna, como no hay atmósfera, la transición entre el día y la noche lunar se produce de forma repentina.